sábado, 6 de mayo de 2023

"LA EDAD DEL PAVO". Un cuento de Elsa Bornemann

Como tantísimos príncipes y princesas de los cuentos, la princesa de éste también estaba mortalmente triste, había perdido su risa y languidecía —hora tras hora— sin que nadie en el palacio supiera qué hacer para remediar ese mal.

—Mi Nunila se está consumiendo... —gemía la reina.

—Mi adorada hijita desfallece... —gemía el rey.

La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? —susurraban los servidores.

Los suspiros se escapan de su boca de fresa... —entonaban los cantautores palaciegos.

«Para mí que la niña está harta de que sus padres sean tan... tan... ejem... extravagantes... algo bobalicones, vamos...», así pensaba Abacuca, la sabia de la corte. «La princesita se da cuenta; ella sí que no tiene un pelo de tonta como... bueno... ejem... que —a Dios gracias— no heredó esa... esa tara... Vaya, no encuentro manera elegante para referirme a la personalidad de sus majestades, que por más que lo sean también son seres de carne y huesos y sus defectos tienen... Además, Nunila está hartísima de que sus padres le contesten a todo que “sí, mi amor”, sin prestarle atención a lo que dice... Hartísima del “Sinunilismo”, eso es.»

Pero cuando —por fin— juntó el coraje necesario para presentarse ante la pareja real y exponerle su teoría (muy, muy suavizada para no provocar su ira) perdió su trabajo en la corte y se le impuso sufrir el exilio en un reino vecino.

—¿Críticas a nosotros? ¿Cómo te atreves? ¡Insensata! —le dijeron a dúo.

—¿Qué otra palabra sino «sí» deben escuchar los nobles oídos de una princesa, a partir de su nacimiento? —le protestó la reina.

—¿Qué estúpido pensamiento ese del «sinunilismo» has horneado en tu cabeza de zanahoria, como para que oses decir que mi tesoro está triste porque todo lo que ella opina merece nuestra aprobación o a todo lo que solicita le contestamos «Sí-Nu-ni-la»? —rugió el rey.

Desesperada, la pareja real decidió —entonces— consultar a la hechicera del bosque, que así denominaban a ese montecito cercano a palacio bastante ralo (con cuatro o cinco arbustos locos, a decir verdad) pero sin el cual esta historia no hubiese estado completa.

—Mil dólares la consulta —les informó la hechicera, no bien reina y rey llegaron a su casa rodante con la que se desplazaba de aquí para allá.

—¡Mil dolores! ¡Mil dolores! —aulló el rey, que tenía casi todos sus caudales en seguro depósito —fuera del reino— y los codos permanentemente enyesados.

La hechicera no se alteró ante esa demostración de mal humor.

—Lo lamento, pero ni barato y —menos que menos— gratis logro acceder a ninguna videncia. Acaso deberían mandar por correo algunos cupones de esos que aparecen en las revistas y consultar a otra gente que se ofrece por chauchas. Así serán los resultados, pero...

—Está bien —la reina se rindió—. Díganos qué hacer para que nuestra hija recupere su alegría y vuelva a sonreír. Le pagaremos lo que pide.

—En cheque real, a mi nombre y con talón —aclaró la hechicera— que será entregado, en el mismo momento en que yo les revele el único remedio posible.

Una vez que le fueron aceptadas sus condiciones, la hechicera pasó a otro ambiente de su casa rodante y les pidió que aguardaran unos minutos.

Cuando volvió, poco quedaba de esa muchacha bonita y vestida a la moda, que había recibido a la pareja real momentos antes.

Una anciana horripilante se les apareció, arrastrando una mesita en la que se destacaba una enorme bola de telgopor blanco. CONTINUAR LEYENDO

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