viernes, 26 de mayo de 2023

¿ME AGREGÁS COMO AMIGA? Un cuento de Hernán Casciari

La arquitecta Candela Prieto estaba a punto de apagar la computadora de su oficina cuando recibió un mensaje en Facebook que decía así: «Hola, me llamo Candela Prieto y tengo diez años. Te escribo desde el pasado. Primero que nada, me alegra saber que en el futuro voy a ser flaca y linda. Tus fotos del muro me encantan. ¿Me agregás como amiga?».

A Candela Prieto no le causó gracia el mensaje. Salió de la oficina enojadísima y preguntó a sus empleados quién estaba haciendo ese chiste espantoso. Todos la miraron sin entender. Volvió a entrar, se sentó en la computadora y espió el perfil de la otra Candela. Había cinco fotos de su propia infancia, y entonces se asustó.

Esas fotos ya no existían, porque ella misma las había roto hacía mucho. En todas las imágenes estaba gorda, y tenía esos anteojos horribles, y el pelo de una escoba, y los dientes torcidos. ¡Ah, cómo odiaba esas fotos! Sobre todo una, en la que tenía una papada gigantesca... ¿Quién le estaba haciendo aquella broma de mal gusto?

Respondió el mensaje con rabia: «Seas quien seas, no tiene ninguna gracia. Sacá ya mismo esas fotos mías de internet. ¡Imbécil!».

La otra Candela respondió enseguida: «No te enojes... Solamente quiero ser tu amiga y que me cuentes cuándo empezaste a ser linda. ¿Ese chico que aparece con vos es tu novio? Está buenísimo».

Candela Prieto, la arquitecta, sonrió.

«¿Sos vos, Esteban? Cortála. ¿Dónde conseguiste esas fotos de cuando era chica?», escribió la arquitecta.

La nena tardó en responder. «No. Soy Cande, ya te dije. ¿Quién es Esteban? ¿Tu novio?».

La arquitecta estalló: «¡Lo que estás haciendo es un delito contra la privacidad! Si no me decís quién sos, llamo a la policía ahora mismo».

La nena dijo: «¿Otra vez? Me llamo Candela, tengo diez años, mis papás se llaman Laura y Eduardo y vivo en la quinta, pasando las vías.»

La arquitecta escribió con bronca: «¡Todo eso lo podés averiguar en cualquier parte, idiota!».

La nena respondió: «Tengo un perro que se llama Caniche. Ayer papá me llevó al garaje, a solas, y me dijo que Caniche se va a tener que morir esta semana, de viejo. ¿Te suena eso?».

La arquitecta Candela Prieto se quedó muda en su oficina, con los ojos en el monitor. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 19 de mayo de 2023

"MANUEL NO ES SUPERMÁN". Un cuento de Paula Bombara sobre el secuestro de bebés durante la Dictadura Argentina

Manuel, su hija Martina y su abuela Matilde
¿Tu papá y tu mamá saben quiénes son? Manuel sí. Ahora sabe. No ahora ahora. Hace un tiempo que sabe. Pero no lo supo siempre. Yo tampoco lo supe siempre. Me enteré hace poco de la historia de Manuel. Me la contó mi amiga Martina. Y te la quiero contar porque... me sigue sonando adentro la voz de Martina. No sé bien por qué. Durante 19 años Manuel Gonçalves estaba seguro de que era Claudio. Claudio Novoa. Y una tarde le contaron que no, que no era Claudio Novoa, que era Manuel Gonçalves. Así nomás.

Paf.

Y se tuvo que hacer el documento otra vez. Y le preguntaron con cuál nombre se quería quedar. ¿Raro eso, no? Yo, entre Claudio y Manuel, también hubiera elegido Manuel.

Me gusta el nombre Manuel.

A Martina también le gusta. Y mientras me seguía contando yo pensaba en la historia de Superman.

Viste que Superman nació en otro planeta, uno que estaba por explotar. Kryptón, se llamaba. Entonces sus papás lo metieron en una cápsula espacial para salvarle la vida. Lo mandaron al planeta Tierra y cayó cerca de la casa de unos granjeros, los Kent. Ellos le pusieron el nombre Clark. Clark Kent. Y le dijeron que no era hijo de su sangre, que era adoptado. Claro, con los superpoderes que desarrolló no les quedó otra que decirle eso. Pero después, cuando pidió más detalles, se les complicó. “Caíste del cielo’’, le dijeron. Era la verdad. Después él averiguó que venía de Kryptón. Y que su nombre real era Kal-El. De más grande averiguó.

Bueno, Manuel no es Superman.

Pero su mamá lo envolvió en unas mantas para salvarlo. Y lo escondió en un placard, lleno de almohadas. Hizo eso mientras militares y policías lanzaban granadas y gases tóxicos adentro de la casa de San Nicolás donde estaban escondidos con unos amigos. Valiente, la mamá. Ana se llamaba.   CONTINUAR LEYENDO




viernes, 12 de mayo de 2023

"EL HOMBRE QUE SALÍA POR LAS NOCHES". Un cuento de Juan José Millás

Aquel día, al regresar borracho a casa a las cuatro de la madrugada, encontró en un contenedor de basuras un maniquí desnudo y masculino. Se le ocurrió una absurda idea y se lo llevó a casa, escondiéndolo en el maletero.

A la noche siguiente, en torno a la hora en que solía salir a tomar copas, su mujer empezó a mirarle con rencor. Pero él actuó como si esa noche fuera a quedarse en casa y la tormenta pasó en seguida. Vieron la televisión hasta las once y media y luego se metieron en la cama. Cuando la respiración de ella adquirió el ritmo característico del sueño, él se incorporó con sigilo y tras comprobar que estaba dormida abandonó las sábanas. Inmediatamente, recuperó el maniquí y lo colocó junto al cuerpo de su mujer. Ella se dio la vuelta sin llegar a despertarse y colocó una mano sobre la cintura del muñeco.

Él se vistió sin hacer ruido, salió a la calle y comprobó que la noche tenía aquel grado de tibieza con el que más se identificaba, quizá porque le recordaba el calor de las primeras noches de su juventud. Respiró hondo y comenzó a andar en dirección a sus bares preferidos. Se sentía bien, como si el peso de la culpa le hubiera abandonado definitivamente. A la segunda copa se acordó del maniquí y, aunque sintió una punzada de celos, le pareció que en general tenía muchas ventajas disponer de una especie de doble, si con él evitaba las peleas conyugales originadas por su afición a salir de noche.

De todos modos, ese día volvió a casa en torno a las dos y media, un poco antes de lo habitual. Se dirigió con cautela al dormitorio y comprobó que todo estaba en orden; su mujer continuaba abrazada al maniquí. Con mucho cuidado retiró las manos de ella del muñeco y lo sacó de la cama. Antes de llevarlo al maletero, pasó con él por el cuarto de baño y mientras se lavaba la cara lo sentó en la taza del váter. Le pareció que el rostro de su sustituto tenía un gesto de satisfacción que no había advertido en él cuando lo recuperó del contenedor de basuras, pero atribuyó esta percepción a los efectos de las copas. Tras esconder el maniquí, se metió en la cama y su mujer, instintivamente, se abrazó a él de inmediato. CONTINUAR LEYENDO


sábado, 6 de mayo de 2023

"LA EDAD DEL PAVO". Un cuento de Elsa Bornemann

Como tantísimos príncipes y princesas de los cuentos, la princesa de éste también estaba mortalmente triste, había perdido su risa y languidecía —hora tras hora— sin que nadie en el palacio supiera qué hacer para remediar ese mal.

—Mi Nunila se está consumiendo... —gemía la reina.

—Mi adorada hijita desfallece... —gemía el rey.

La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? —susurraban los servidores.

Los suspiros se escapan de su boca de fresa... —entonaban los cantautores palaciegos.

«Para mí que la niña está harta de que sus padres sean tan... tan... ejem... extravagantes... algo bobalicones, vamos...», así pensaba Abacuca, la sabia de la corte. «La princesita se da cuenta; ella sí que no tiene un pelo de tonta como... bueno... ejem... que —a Dios gracias— no heredó esa... esa tara... Vaya, no encuentro manera elegante para referirme a la personalidad de sus majestades, que por más que lo sean también son seres de carne y huesos y sus defectos tienen... Además, Nunila está hartísima de que sus padres le contesten a todo que “sí, mi amor”, sin prestarle atención a lo que dice... Hartísima del “Sinunilismo”, eso es.»

Pero cuando —por fin— juntó el coraje necesario para presentarse ante la pareja real y exponerle su teoría (muy, muy suavizada para no provocar su ira) perdió su trabajo en la corte y se le impuso sufrir el exilio en un reino vecino.

—¿Críticas a nosotros? ¿Cómo te atreves? ¡Insensata! —le dijeron a dúo.

—¿Qué otra palabra sino «sí» deben escuchar los nobles oídos de una princesa, a partir de su nacimiento? —le protestó la reina.

—¿Qué estúpido pensamiento ese del «sinunilismo» has horneado en tu cabeza de zanahoria, como para que oses decir que mi tesoro está triste porque todo lo que ella opina merece nuestra aprobación o a todo lo que solicita le contestamos «Sí-Nu-ni-la»? —rugió el rey.

Desesperada, la pareja real decidió —entonces— consultar a la hechicera del bosque, que así denominaban a ese montecito cercano a palacio bastante ralo (con cuatro o cinco arbustos locos, a decir verdad) pero sin el cual esta historia no hubiese estado completa.

—Mil dólares la consulta —les informó la hechicera, no bien reina y rey llegaron a su casa rodante con la que se desplazaba de aquí para allá.

—¡Mil dolores! ¡Mil dolores! —aulló el rey, que tenía casi todos sus caudales en seguro depósito —fuera del reino— y los codos permanentemente enyesados.

La hechicera no se alteró ante esa demostración de mal humor.

—Lo lamento, pero ni barato y —menos que menos— gratis logro acceder a ninguna videncia. Acaso deberían mandar por correo algunos cupones de esos que aparecen en las revistas y consultar a otra gente que se ofrece por chauchas. Así serán los resultados, pero...

—Está bien —la reina se rindió—. Díganos qué hacer para que nuestra hija recupere su alegría y vuelva a sonreír. Le pagaremos lo que pide.

—En cheque real, a mi nombre y con talón —aclaró la hechicera— que será entregado, en el mismo momento en que yo les revele el único remedio posible.

Una vez que le fueron aceptadas sus condiciones, la hechicera pasó a otro ambiente de su casa rodante y les pidió que aguardaran unos minutos.

Cuando volvió, poco quedaba de esa muchacha bonita y vestida a la moda, que había recibido a la pareja real momentos antes.

Una anciana horripilante se les apareció, arrastrando una mesita en la que se destacaba una enorme bola de telgopor blanco. CONTINUAR LEYENDO

"EL RASTRO DE TU SANGRE EN LA NIEVE". Un cuento de Gabriel García Márquez

Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo con el anillo de bodas le seguía sangrando. El guard...